Egresados: Camilo Monje investiga el papel de los cafés del centro de Bogotá en las vanguardias intelectuales

Egresados: Camilo Monje investiga el papel de los cafés del centro de Bogotá en las vanguardias intelectuales

Haber venido a Canadá a hacer el doctorado fue una experiencia muy grata porque me reencontré con eso que había dejado de hacer hace 8 años, que fue escribir, investigar.

 

Camilo Monje es literato e historiador uniandino. Al terminar su maestría en historia, aunque ya lo sabía, se convenció de que su camino era la investigación y la enseñanza.

 

Cuando estudiaba historia en el pregrado fui monitor y me empezó a fascinar esa electricidad que hay en el ambiente cuando uno tiene la posibilidad de encontrarse con unos alumnos, la comunicación, la alteridad que existe en el aula. Desde ahí yo me proyecté a seguir en ese camino.

 

Para Camilo no siempre fue claro que perteneciera al mundo académico. Nuestro egresado entró a la Universidad a estudiar ingeniería influido por la formación de su colegio y su familia. El punto de inflexión fue el Taller de poesía de Piedad Bonnett que Camilo vio como electiva en segundo semestre. “Yo ya sabía que me gustaba la literatura desde el colegio y el Taller de poesía me encantó. Me gustaba muchísimo poder crear, imaginar; las palabras, los textos. Eso me impulsó a cambiar de carrera”. 

Vino la literatura, la historia y con ellas la investigación y el encuentro con la enseñanza y la academia. Después de la maestría, Camilo se dedicó a dar clases de español en Los Andes y luego trabajó por varios años como el coordinador del Departamento de Lenguas. Aunque estas experiencias fueron formadoras, lo empezaron a apartar de su proyecto de vida.

 

Para lograr consolidar un trabajo en el mundo académico y ser profesor hay que hacer el doctorado. Durante varios años yo me quedé siendo profesor de cátedra y estaba bien, pero entonces el tiempo pasó y seguí como catedrático y de pronto empecé a hacer un trabajo más administrativo. Me tomé unos 8 años entre maestría y doctorado porque encontré cierta comodidad en esos trabajos.

En mayo de la pandemia, Camilo obtuvo su grado de doctor en Estudios hispánicos por la Universidad de British Columbia.

Su tesis utiliza los cafés literarios del centro de Bogotá como eje de conexión entre la mayoría de corrientes literarias en Colombia. Toma antecedentes desde mitad del siglo XIX y analiza las vanguardias del XX.

 

Un café es un espacio de sociabilidad, un lugar de encuentro en el que se da la posibilidad para que las personas hablen. Es un espacio entre lo privado y lo público porque está sobre la vía pública, es decir, “cualquiera” puede entrar, pero lo que se consigue adentro es una especie de intimidad. A mí me gustaba esa atmósfera ambigua del café. Me gustaba esa intimidad pública, si se puede llamar de alguna manera.

León de Greiff, Juan Lozano, Leo Matiz en el Café Automático, Leo Matiz, 1958

Su tesis de maestría, con la que publicó el libro Los cafés de Bogotá (1948-1968). Historia de una sociabilidad, es un preludio para su trabajo de doctorado. Con esta investigación, pudo establecer que los cafés no habían desaparecido ni habían entrado en declive después del Bogotazo y mucho menos las relaciones de sociabilidad que se daban en ellos y que tenían influencia en los cambios urbanos.

Para el doctorado, Camilo les puso el apellido literarios a esos cafés. Esta vez los examinó como sitios de encuentro de literatos o artistas. Especialmente le interesó el hecho de que era a estos lugares donde los intelectuales que representaban cada nueva corriente iban a desafiar a la anterior. No cambiaban de lugar. “Es ver el café como una muestra de la tradición de la ruptura, en palabras de Octavio Paz”.

Las tres tazas de Vergara y Vergara, explica Camilo, ilustra en 1863 cómo la taza de café, la de té y la de chocolate propiciaban la tertulia. Pero “lo que hago en mi tesis es ver cómo se pasa del espacio privado en Las tres tazas y surge el café a mediados del siglo XIX como un espacio ambiguo entre privado y público asociado con las clases altas”.

La tradición de la ruptura de la que habla Camilo lo lleva desde ese momento en el siglo XIX hasta finales de los cincuenta del XX. De José Asunción Silva, “que es el pionero en esta forma de reconocer en el café la ambigüedad”, pasa a las tertulias de la Gruta simbólica en el cambio de siglo. Examina luego los cafés literarios durante la vanguardia que lideraron Los nuevos en los veinte y luego del Bogotazo, Camilo se enfoca en el café El automático que refugió a piedracielistas en los treinta y a los nadaístas en Bogotá en los cincuenta.

 

En el café coinciden escuelas literarias dispares entre sí, pero a su vez hermanadas por ese espacio. Ser vanguardista es ir a estos espacios tradicionales para decir algo diferente.

Camilo escribió su tesis en un año “y no me dejó mi pareja, ni pasaba las noches sin dormir”. El reencuentro de Camilo con la investigación y la escritura fue sereno por su confianza en una rutina. Levantarse temprano, escribir un rato, preparar a su hija para ir al jardín infantil (al lado del campus de UBC), dejarla, volver a la casa, dedicarse toda la mañana a escribir, parar a las 2:30 de la tarde, recoger a su hija. Y ya. Así todos los días. De hecho, la rutina es el consejo de Camilo para cualquier académico. “Es importante volver la escritura algo cotidiano, escribir todos los días para no perder el hilo, la fluidez, ni el impulso”.

A la tregua de la pandemia, Camilo continuará por el camino académico con el que ya tiene una relación estable.