Los Oscar 2019: Nostalgia del pasado y deseo de limpieza
Fotografía tomada de: facart.es/anunciopelicula-roma
Por: Pedro Adrián Zuluaga, Periodista y crítico de cine.
Profesor de cátedra del Departamento de Arte de la Universidad de los Andes.
Ninguna película condensa mejor que Roma, de Alfonso Cuarón, el sentido de la ceremonia de entrega de los Oscar que tendrá lugar el próximo domingo en Los Ángeles. El mayor interés de estos premios suele ser la forma como en ellos se mide la temperatura de un momento histórico. Este año los Oscar no parecen tener un centro motor o un asunto mayúsculo que organice las emociones y los afectos; la turbulencia del movimiento #MeToo ha cejado, y no hay grandes agendas reivindicativas listas para ponerse en escena: los negros, los latinos, los gays, las mujeres ya tuvieron ese momento en que la Academia se prestó para sancionar o bendecir su existencia. Hay, no obstante, latinos, negros y gays en las películas protagonistas de la fiesta, pero con una presencia más o menos normal o neutralizada.
Hace días me asalta la sospecha de que hay dos gestos que sintetizan el momento de la cultura cinematográfica (y de la cultura en un sentido más amplio) al que estamos asistiendo: la nostalgia del pasado y el deseo de limpieza. ¿Es esto la consecuencia o el paisaje después de la batalla del #MeToo? ¿Ha llegado para quedarse ese neo-puritanismo que temíamos como resultado de los abusos y la poca autocrítica en la que eventualmente incurrió el #MeToo?
Roma es una proeza técnica y artística y creo firmemente que merece romper el récord histórico de ganar el doble galardón de mejor película y mejor película de habla no inglesa. Cuarón hace contrabando en el corazón de un sistema de representación mainstream y logra que en los bordes de ese sistema, que no son otros que los bordes del plano cinematográfico, puedan verse –si se tiene la voluntad de hacerlo– las voces y personajes históricos silenciados o subordinados: mujeres, niños, indígenas. Pero Roma también es una película sostenida en un sentimiento de nostalgia del pasado y que tiene, como toda nostalgia, una carga restaurativa y conservadora. Y es una película limpia, en la que todo brilla, y donde el personaje principal, la indígena Cleo, se dedica literalmente a la limpieza. El inconsciente de la película –un cierto deseo de limpiar: el pasado, la culpa– queda manifiesto desde esos primeros planos de la película que muestran la acción del detergente sobre la superficie de la casa. La película de Cuarón vive y adquiere relieve y significado en esa tensión entre lo grande y lo pequeño, entre lo espectacular y el detalle, que nunca resuelve.
En otras películas que compiten por las más preciadas estatuillas también se procede a la limpieza y se le da rienda suelta a la nostalgia. ¿No está sometida a una radical profilaxis la figura histórica del músico negro Don Shirley en la deleznable Green Book? ¿No está expurgada en Bohemian Rhapsody la sexualidad del mítico Freddie Mercury? ¿No es un guiño a otros tiempos el remake de A Star Is Born? ¿No termina siendo, a pesar de su descentramiento narrativo, una visita algo nostálgica a los fastos del pasado una película sobre los excesos monárquicos como The Favourite? ¿No son los superhéroes –y aquí hablo de Black Panther– siempre, esencialmente, la
manifestación de cómo sobrevive el mito de la abundancia y el paraíso? ¿No hay en BlacKkKlansman una invocación a la energía crítica y militante del pasado heroico del santoral afroamericano?
En Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?, el gran teórico cultural británico Mark Fisher habla sobre la imposibilidad de imaginar algo nuevo a la que nos condena la fase del capitalismo en que estamos inmersos. En su libro, analiza el sentido político, no pocas veces reaccionario o paralizador, de las continuas visitas al pasado por parte del arte, los reciclajes de temas, motivos y personajes que una vez tuvieron la potencia de lo nuevo pero que ahora son pulidos o barnizados para entrar en el museo de la historia. Puede ser entonces que ese revival deslavado, esa conflictividad social y cultural museificada como entretenimiento, sea el asunto central de los Oscar que se entregan este domingo. Como si la historia hubiera en efecto terminado y viviéramos en la tragedia de su repetición como cita. Marx diría que como farsa.