Olvidos y relatos del Bicentenario de la Batalla de Boyacá
Comenzamos informando de antemano que nos dirigimos sin sutilezas a los y las valientes, a las berracas y no a los tibios. Esto es antes de cualquier otra cosa un grito, una levantada de mano, un no me busque que me encuentra; todo porque se nos va a hacer tarde, tarde para entender que, si a un cuento inventado se le llama chisme, a un cuento a medias lo nombramos historia patria. Hemos dicho empotrados en el desgane que Colombia es un país sin memoria, llenándonos la boca con la sencillez de la resignación, más no con la vergüenza de la condena voluntaria, como si el país fuera el polvo en las esquinas y no fuéramos nosotros. Heredamos todo sin saber de dónde viene y se nos nota. Buscamos hoy en la euforia y el embejuque de ser colombianos, en la montañera, el corroncho y el calentano, arrejuntarnos como un todo hecho de partes. Donde el regionalismo lo veamos orgullosos en los chinchorros y no en la mirada marginal, que sea la bandera que nos diga quienes somos, que describa nuestras costumbres, ritmos y sones, que mueva al más tímido con la tía bajo el vuelo de las polleras y candelones.
200 años, estallaron los cañones, resonaron los bramidos. Ante la sórdida caída de los monumentos, la neblina en el pantano, El Sargento a la batalla y el ejército patriota, avanzando sin derrota. A la par en el territorio, se oían al unísono las voces de las gentes, llega el contraataque, yace El Sargento mal herido sobre el suelo atravesado por una lanza entre los pechos. Simón Bolívar, libertador, corriendo a su auxilio le tomó entre los brazos, encontrando para su sorpresa, postrada en su regazo el nombre y cara de Simona Amaya. Incompletas Las Juanas, el duelo abrumó el aire, en la batalla contundente se revela que el líder de la tropa fue desde el principio mujer enardecida. ¡El puente está quebrado! –se escuchó gritar.
Es descarado reclamarles, reclamarnos, pero y ¿qué? ¿Desde qué posición lo hacemos? ¡Desde la nuestra!¿Siendo quiénes? ¡Siendo ustedes! Desde nuestros acentos, nuestras comidas, nuestras abuelas, nuestros amaneceres y de la póker a mil, de las desapariciones forzosas, de los falsos positivos, de los páramos, de los ríos como autopistas de muertos, de los loros bocones de las casas, de tirar la piedra y esconder la mano, de patear la lonchera; de todo lo que nos hace una nación que se reconoce sin vuelta atrás como mestiza. No queremos vernos más las narices cuando se nos llame a celebrar una historia que nadie siente suya, queremos reescribirla desde los huesos de las próceras sepultadas, desde las tertulias bogotanas independentistas, de lo que ustedes quieran que sea nuestra nueva memoria.
Bienvenidas y bienvenidos al primer justo velorio, levanten al aire los tragos y la parranda, que suene la salsa y la guacherna, que acá se celebra la esculcada de las tumbas en las que sucumbieron los restos de nuestra verdad. Les desinvitamos de una patria que se niega como suya, que se ve ajena, como cosa de otro. Por eso le reclamamos a usted que meta la mano y se unte el brazo.
Primer Salón Nacional de Arte Universitario.
El puente está quebrado
Olvidos y relatos del Bicentenario de la Batalla de Boyacá