25N: El arte político de las mujeres en Colombia

25N: El arte político de las mujeres en Colombia

Texto: Angélica Rodríguez

 

El 25 de noviembre de cada año se conmemora el Día Internacional por la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. El 25N existe para conmemorar a las activistas y hermanas Mirabal, asesinadas por orden del dictador Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana el 25 de noviembre de 1960. En esta fecha se reiteran las denuncias contra las violencias que se ejercen sobre las mujeres en el mundo y se reclaman políticas y cambios estructurales para su erradicación. La violencia contra la mujer no es un tema menor, es el día a día. Es el resultado de un sistema patriarcal que permite y valida la existencia de diversas concepciones, discursos, estereotipos, entre otros, que oprimen y subordinan a las mujeres y, por ende, las violentan de múltiples formas y vulneran sus derechos.

En el BADAC queremos compartir con ustedes algunas de las mujeres en Colombia que han narrado y dado cuenta de la violencia en el país a partir del arte y que no sólo han visibilizado las violencias epistémicas contra las niñas y las mujeres, sino adelantado reflexiones profundas sobre la identidad y el ser mujer en Colombia. (el fondo de esta historia sería varias portadas de libros y obras de mujeres, incluso sus fotos)

Imagen extraída y editada a blanco y negro. “Conozca a Julieth Morales y su obra” (Silvia, 1992).
Adelaida Fernández Ochoa. Imagen editada a blanco y negro. Tomada de la Biblioteca Nacional
Alba Lucía Ángel. Tomada de La Cebra que habla.
María Mercedes Carranza. Tomada de Casa de Poesía Silva.
Pilar Quintana. Tomada de Escritoras Colombianas
Débora Arango. Tomada de El Mundo.
María Evelia Marmolejo. Tomada de Artishock Revista.
Foto Marvel Moreno. Tomada de Monica Maristain.
Fotos por Amalia Uribe 8 de marzo de 2020

El arte, en todas sus formas, ha sido uno de los registros que le ha permitido a la mujer narrarse y dar cuenta de las opresiones de las que constantemente es víctima. Así mismo,   mostrar y reconstruir los lugares que ha ocupado en los sucesos violentos de nuestro país.

 

El 25 de noviembre nos hace reflexionar sobre las formas y las luchas que han emprendido muchas mujeres en Colombia para hacerse partícipes de una historia construida principalmente por voces masculinas y hegemónicas. Además para confrontar los lugares oficiales en los que se construyen los discursos y para posicionarse desde la subversión.

 

Por medio de sus obras, muchas de estas artistas afirman que  “lo personal es político” y que el arte, por tanto, también lo es. Desde el arte, sin duda, se pueden movilizar cambios sociales que den lugar a la denuncia de las violencias basadas en género.

Érase una mujer a una virtud pegada, María Mercedes Carranza

 

No tenía ganas de nada,

solo de vivir.

Juan Rulfo

 

Yace para siempre

pisoteada,

cubierta de vergüenza,

muerta

y en nada convertida,

mi última virtud.

Ahora soy una mujer

de vida alegre,

una perdida: cumplo

con todos mis deberes,

soy pozo

de bondades, respiro

santidad

por cada poro.

Interrumpo la luz,

le cierro

la boca al viento,

borro las montañas,

tacho el sol,

el cero me lo como

y enmudezco el qué.

Elimino la vida.

 

 

 

María Mercedes Carranza

Julieth Morales. Paisaje.
Defina Bernal. Dibujito.

Alba Lucía Ángel con Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón nos lleva a entender desde la voz de Ana, la protagonista, que la violencia en Colombia ha sido una que no puede pensarse ni narrarse sin reconocer la existencia de las agresiones y opresiones sobre los cuerpos de las niñas y las mujeres. La voz narrativa se permite dar cuenta de estas violencias y nombrarlas desde un yo femenino que se encuentra inconforme y en constante búsqueda de una identidad autónoma e insubordinada.

 

La narración de Ana nos lleva al reconocimiento de las dinámicas que han hecho que la mujer sea blanco de múltiples estereotipos que han negado su participación en espacios públicos y políticos, su libertad misma y que, incluso hoy, dan lugar a múltiples inequidades de género.

 

La novela nos hace ver y ser conscientes de un país en el que las violencias contra las mujeres se perpetúan en los espacios tanto privados como públicos, que involucran las infancias, los cuerpos y la sexualidad, que generan daños y traumas que no pueden desconocerse ni negarse. Ana nos adentra en una realidad patriarcal que violenta a las mujeres física, sexual y psicológicamente.

 

La voz de Ana nos permite también pensar en los lugares en los que se pueden tramitar los daños de estas violencias machistas y cómo el arte y la literatura desafían un presente, narran un pasado y posibilitan a las mujeres a hallarse por fuera de las violencias que se han procurado en su contra para negarla y ocultarla. Incluso, en la obra se abre el espacio para la construcción de una realidad propia y una identidad que no se vea subordinada a un lugar asignado y a unos valores que reprimen a la mujer.

 

Marvel Moreno

Débora Arango. Esquizofrenia en el manicomio, 1940.
Débora Arango. La república, 1957.
Débora Arango. Adolescencia 1939.

María Evelia Marmolejo por medio de sus perfomances habita el cuerpo de la mujer como un cuerpo político para hacer de aquello que ha sido históricamente abordado como negativo y desde lo privado, algo público y poderoso para dar cuenta de una realidad y confrontarla.

 

En el panorama de las artes plásticas, Marmolejo introdujo reflexiones relativas al cuerpo y a la vida de la mujer como una que deja de estar bajo los mandatos masculinos y religiosos, para reivindicar y dignificar sus propios procesos y sus dolores por fuera de los estereotipos que la encasillan.

 

Marmolejo utiliza su propio cuerpo y lo hace partícipe ante los espectadores de una historia de violencias contra las mujeres, yendo más allá de las representaciones hegemónicas y androcéntricas sobre el cuerpo y la vida de las mujeres. La artista en sus performances construye un lugar de enunciación que revierte los signos y los símbolos que validan la dominación sobre lo femenino, no sólo en las artes, sino en las realidades más inmediatas y tangibles que se traducen en constantes discriminaciones y vulneraciones de derechos.

 

Marmolejo hace del cuerpo un lugar para la resistencia y la denuncia de una violencia cometida por diversos actores oficiales y al margen de la ley. Su obra es rebelde y nos hace reflexionar sobre el potencial de las artes para dar cuenta de construcciones identitarias que se desvinculen, por medio de actos positivos, de las diferentes dinámicas colonizadoras sobre los cuerpos de las mujeres.

 

En las obras que hemos compartido, las mujeres se permiten dar cuenta de su lugar para reconocer las experiencias dolorosas y nombrar las violencias contra la mujer. Cada una hace un trabajo para mostrarlas, para dar cuenta de los lugares en los que se da, por parte de quiénes y cómo. En muchos casos no hay respuestas que no sean revictimizantes ni hay garantías reales para la protección de  los derechos, las vidas y cuerpos de las mujeres. De igual modo, las obras compartidas dan cuenta de cómo el arte puede ser un lugar para tramitar las experiencias vividas, así como para la denuncia, desnaturalización y desnormalización de las estructuras y dinámicas que violentan a las mujeres.

María Evelia Marmolejo. Anónimo 2, 1982.
María Evelia Marmolejo. Anónimo 1, 1982.
María Evelia Marmolejo. Anónimo 2, 1982.

María Evelia Marmolejo por medio de sus perfomances habita el cuerpo de la mujer como un cuerpo político para hacer de aquello que ha sido históricamente abordado como negativo y desde lo privado, algo público y poderoso para dar cuenta de una realidad y confrontarla.

 

En el panorama de las artes plásticas, Marmolejo introdujo reflexiones relativas al cuerpo y a la vida de la mujer como una que deja de estar bajo los mandatos masculinos y religiosos, para reivindicar y dignificar sus propios procesos y sus dolores por fuera de los estereotipos que la encasillan.

 

Marmolejo utiliza su propio cuerpo y lo hace partícipe ante los espectadores de una historia de violencias contra las mujeres, yendo más allá de las representaciones hegemónicas y androcéntricas sobre el cuerpo y la vida de las mujeres. La artista en sus performances construye un lugar de enunciación que revierte los signos y los símbolos que validan la dominación sobre lo femenino, no sólo en las artes, sino en las realidades más inmediatas y tangibles que se traducen en constantes discriminaciones y vulneraciones de derechos.

Marmolejo hace del cuerpo un lugar para la resistencia y la denuncia de una violencia cometida por diversos actores oficiales y al margen de la ley. Su obra es rebelde y nos hace reflexionar sobre el potencial de las artes para dar cuenta de construcciones identitarias que se desvinculen, por medio de actos positivos, de las diferentes dinámicas colonizadoras sobre los cuerpos de las mujeres.

 

En las obras que hemos compartido, las mujeres se permiten dar cuenta de su lugar para reconocer las experiencias dolorosas y nombrar las violencias contra la mujer. Cada una hace un trabajo para mostrarlas, para dar cuenta de los lugares en los que se da, por parte de quiénes y cómo. En muchos casos no hay respuestas que no sean revictimizantes ni hay garantías reales para la protección de  los derechos, las vidas y cuerpos de las mujeres. De igual modo, las obras compartidas dan cuenta de cómo el arte puede ser un lugar para tramitar las experiencias vividas, así como para la denuncia, desnaturalización y desnormalización de las estructuras y dinámicas que violentan a las mujeres.