Prosa en no verso para el ser minúsculo

Nota de la autora: la siguiente canción acompaña el texto.

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Volaba. Tan rápido como el viento se lo permitía y se sentía libre y se sentía feliz. Eso decía.  

¿Sentir? ¿Sentía lo mismo que usted, lo mismo que siento yo con este escrito añejo en las manos? Creación de alguna actividad antropogénica o natural, no lo sabemos, pero existía y realmente es lo que importa en este momento, la existencia. Cuando se habla de la vida de una partícula polvorienta, no acostumbramos a pensar en largos periodos de tiempo, aunque… ¡Qué demonios! Einstein hizo una investigación larguísima acerca de la relatividad espaciotemporal, y yo no estoy aquí para explicarle científicamente porque su hora y mi hora son completamente distintas, no hablemos de tiempo, hablemos de percepción. Durante su viaje, la partícula quedó pegada sobre una enorme espalda amarilla con negro y se dio cuenta de que ahora era parte de otro ser. No imagino qué tan eficiente sea una abeja como medio de transporte, tal vez pueda sentirse como viajar en un avión, o se asimile al trayecto que recorro en Transmilenio todos los días a las 7 de la mañana para llegar a la estación de Las Aguas. ¡Vaya frío capitalino el de las 7 de la mañana! Aunque hoy no lo he tenido muy presente, de seguro el tintico de Doña Blanca ya empezó a coger efecto en el cuerpo.  

Es una abeja ahora la que pasa buscando polen, lo sé por el zum zum que retoza en cada rincón. ¿Cómo? ¿Usted no lo escucha? Tal vez es sólo porque quiere evitarlo, venga y siéntese a mi lado, desde aquí se puede escuchar lo que no es evidente a los ojos. Con sus antenas olía, y se deleitaba: un banquete de flores, tantos lugares, ¿por dónde comenzaría? Finalmente se posó sobre los pétalos de una margarita blanca (particularmente parecía ser un escenario grande, muy grande) y comenzó su ritual que resultó ser bastante satisfactorio para ambas. ¡Pero que envidioso ese clavel que está ahí plantado! Mira a las demás flores como si no tuvieran que estar en el mismo jardín… si tan sólo supiera que al final todas van a terminar orinadas por el mismo perro. Hablando de perros ¿Qué hora es? Claro, ya decía yo que se hacía tarde para que viniera Copito. – Perro travieso, aléjate del jardín – evidentemente era tarde, ya había derramado sobre todas las flores su pis, pero después de todo, ¿qué más puede hacer el pobre cachorro? Si realmente los intrusos de la tierra somos otros.  

Copito era un perro callejero, no muy viejo pero querido por el barrio. Alguna vez escuché que espantaba a los espíritus que vagaban por las noches y que la señora delgada de anteojos que vende anillos en la caseta de la esquina le agradecía todos los días con un buen plato de carne, o caldo del desayuno. La margarita que ya estaba polinizada y ahora bañada en orina de perro observaba como todo se movía a su alrededor y pensó por un momento que ser una flor era de los acontecimientos más sublimes de la vida, en lo que ciertamente tenía razón. No obstante ¿qué tan ventajoso puede ser el hecho de tener tanta fragilidad y vivir alrededor de un mundo agresivo y marcado de un excesivo ajetreo diario? Unas manos se acercaron para arrancarla de su raíz, del interior de su ser, y supo que era hora de dar el último respiro. Se refirió a aquellas manos como dos grandes criaturas calientes que le quitaron la luz del sol y eran tan arrugadas y se movían tanto que sintió miedo, pero más allá, asco, repulsión. ¡Crag! – Mami, mira. ¿Verdad que es hermosa? Se parece a las que tenía mi tía Vicky en la finca. –Raquel de por Dios, suelta eso ya, no ves que ahora estás llena de tierra. –le dijo con un tono que demostraba cierto grado de enojo, – La profesora te va a regañar por llegar así de sucia al colegio. – Pero mami, mira, es que me gusta mucho y además huele… Sabrá usted que contener la risa en una situación de estas es una actividad que se torna muy compleja, pobre niña, si hubiera sabido lo que estaba a punto de ponerse en la naricita, tengo que mirar a otro lado para no terminar en una burla que probablemente desencadene una bofetada por parte de la mamá. ¡Puaj! –Qué flor tan horrible. ¡Guácala! ¡Límpiame mami, límpiame! –Y efectivamente la señora sacó una caja de pañuelos, de esos con los que limpian a los bebés que huelen como a talcos y se llevó a Raquel agarrada del brazo y refunfuñando por lo que le había pasado.   

Pero luego de esta ocurrente escena, comprenderá usted, que lo que me deja más intrigado es que para mí, las manos de la niña eran suaves y tan delicadas como la flor misma, pero no todos vemos las cosas iguales, ¿verdad? Y justo ahora pienso en mí. Veo pasar a toda la gente, algunos más tranquilos que otros, cada uno con un mundo distinto en la cabeza y termino mirando el jardín de nuevo. Cuando tenía menos edad, hablemos de unos 6, 7 años, acercarme al pasto era más fácil, oler las flores de ese jardín me hubiera resultado más sencillo, y las rodillas no traqueaban cada que trataba de agacharme y miraba los árboles pensando en que en algún momento de mi vida crecería tanto que podría llegar a la punta sin tener que despegar los talones del suelo. Pero aquí estoy, sigo debajo del árbol y aun así cada vez me siento un poco más lejos de aquel jardín. Miro al cielo: ¿qué se sentirá ser una estrella? Estar tan alto y ver todo desde tan lejos. ¿Así me ven las letras que escribo? ¿Pensará lo mismo de mí la rosa que está justo en frente? ¿Puedo concebir el viento como algo que es grande, pequeño? ¿Cómo dimensionarlo? Se me acabó el tinto… Claro, tampoco lo detendré más tiempo aquí, estoy seguro de que como cualquier ciudadano debe ir a trabajar para sobrevivir en la capital. ¿Qué dónde vivo? No se preocupe, es lo de menos, habrá otra oportunidad para reencontrarnos. ¿El relato? Ah, claro, probablemente lo retome algún otro jueves, cuando otra partícula, otra abeja, otra flor, un perro y quizá la misma niña se me crucen por delante.  

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Estudiante de Música · s.ossat@uniandes.edu.co

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