Hágale

Escribimos este breve informe afanados por unas fechas que no cumplimos; en teoría, los integrantes del colectivo La Oficina debimos haber expuesto por escrito los resultados de nuestro trabajo desde el año pasado. Lo sentimos, muy seguramente estábamos cansados del proyecto con el cual nos ganamos La Bolsa de trabajo BOTA: el libro arte “La Madriguera”. No es para menos, dejamos correr tiempo y en un momento se nos vino todo encima: las cotizaciones, los grabados, el prólogo y hasta el ultílogo. De pronto, nos vimos colgados y con una sola fecha disponible en la sala de exposiciones del edificio S1. Semanas de mucha tensión, definitivamente.

Faltaban quince días para el evento (muy seguramente importante solo para nosotros) y no teníamos nada más que parciales, entregas y paseos a los que no podíamos faltar. No hubo tiempo más fructífero. De hecho, acordamos entre varios que el conocimiento adquirido en esas dos semanas podría ser más importante que el adquirido en semestres enteros. Anteriormente, algunos habíamos tomado materias de escritura, gráficas y gestión en las que muy seguramente tomamos una cantidad enorme de apuntes y leímos una exorbitante cantidad de lecturas creyendo, ingenuamente, que servían para algo. No, no sirven para nada. La mayor parte de esas hojas escritas e impresas terminan en fogatas que se alimentan del odio por la academia, según estudios estudiantiles. Lo que nos sirvió en esos días de terror fue el mágico verbo de hacer. Yo hago, tu haces, nosotros hacemos, ellos hacen.

A uno le toco ir por los cuentos, a otra le toco ir por el papel, una nos contacto con una maravillosa profesora y otro con un genial profesor, otro acompañó al tipo que fue por los cuentos, todos pusieron plata para todo lo que extra que se gastó, uno entintaba el linóleo, otra sacaba las copias, otro las secaba los papeles, otra le abría huecos a las paginas, otro cortaba cartón, otra iba por la pizza, otro sacaba los permisos, otra ponía la música y otro cantaba a todo pulmón. Un equipo épico. Parecíamos, en verdad, una oficina. Y pensar que el nombre del colectivo se lo dimos porque era el apodo del bar al que íbamos a tomar.

En esos pocos días no aprendimos el significado de la amistad (los unos se rayaron con los otros y los otros con los unos), no aprendimos a hacer grabado (algunos ni siquiera habíamos visto clases de gráficas), no aprendimos a citar (el libro no tiene ni una cita bibliográfica), ni tampoco a encuadernar (tuvimos una Maestra que nos hizo casi todo el trabajo de encuadernación). Aprendimos, en concreto, las posibilidades y los alcances del verbo Hacer. En el Arte, no hay otra salida, no hay otro camino. Esa es la respuesta que todos compartimos cuando alguno de nosotros tiene una crisis con su arte y estamos ebrios: ¡haga! ¡Haga algo con eso que sabe, o no sabe, idiota!

Puede que no lo hayamos hecho bien, pero lo hicimos. Descubrimos que no somos el bicho de la Metamorfosis, Gregorio, quien nunca descubre sus alas bajo el caparazón. Por el contrario, nosotros sabemos que si tenemos las alas y hacemos con ellas, como todos unos empoderados.

La Oficina